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Las sustancias químicas que ‘hackean’ nuestro cuerpo a diario
Cuando Patric C. Cohen comenzó a trabajar en 2013 como voluntario en una protectora de animales, se dio cuenta de una verdad que cosnideraba tan inconveniente como ignorada. “Una de mis tareas era la limpieza del lugar y empecé a tomar conciencia de la cantidad de químicos que usamos en nuestra vida diaria sin saber exactamente las consecuencias a las que nos enfrentamos”, comenta a EL PAÍS.
Se refiere a los parabenos, cloros, antibióticos y metales pesados embotellados en nuestros productos de limpieza, que le hicieron plantearse preguntas que intenta responder en el documental Advertencia: ¿Cuánto ensuciamos cuando limpiamos?
Sin formación previa, invirtió años en investigar sobre el resultado del uso diario de esos productos en nuestra propia salud y en el medioambiente. Escribir el guion de la película que iba a rodar y dejó a los expertos que llevaran el peso narrativo del relato.
Uno de los términos clave que usan varios de estos expertos para calificar estas sustancias es el de “disruptores endocrinos”. El doctor Nicolás Olea, catedrático de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada que participa en el documental, define como “sustancias químicas, de contaminantes ambientales, generalmente hechas por el hombre y la industria del hombre y que una vez dentro del organismo modifican el equilibrio de las hormonas”.
En otras palabras, hackeamos nuestro propio organismo cuando aplicamos algunos productos cosméticos en nuestro rostro o usamos algunos productos de limpieza en nuestro hogar. “Están conectados de forma indirecta con una gran cantidad de enfermedades emergentes: alzhéimer, párkinson, esclerosis y muchos tipos de cáncer… nos creemos que son enfermedades que tocan como la lotería, pero son multifactoriales y, uno de esos factores, son estas sustancias”, defiende Patric C. Cohen.
Exponernos a cantidades bajas de estas sustancias, en nuestra piel o nuestra ropa, también puede ser dañino, pero los estudios que deciden si pueden aparecer en productos aptos para el consumo se centran solo en altas concentraciones.
«Hay 140.000 productos sintetizados por la industria química. Solo unos 1.600, el 1,1%, han sido analizados para determinar si son cancerígenos, tóxicos para la reproducción o disruptores endocrinos, así que nos quedan por analizar los 138.400 restantes», explicaba en verano de 2017 Miquel Porta, catedrático de Salud Pública en la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador del IMIM (Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas) en un reportaje de El País Semanal.
Además de agredir a nuestro cuerpo, también destruimos con ellos el ecosistema. “Sorprende que sigamos sin entender que atacar al medioambiente nos repercute de forma directa. No hablamos de dentro de unos años, sino de ahora mismo”, comenta el director de este documental, que se proyecta en la Cineteca del Matadero de Madrid como parte del Another Way Film Festival, un festival de cine centrado en progreso sostenible.
Ante tanta información negativa, queda una sensación de alarmismo y paranoia que el director no ha intentado evitar: “No quiero que el espectador termine de ver la película y se vaya a hacer otra cosa tan tranquilo, creyendo que, de un modo un otro, alguien va a resolver el problema por nosotros, porque no va a ocurrir”.
Parte del metraje de Advertencia se centra en argumentar por qué, al margen de la falta de estudios al respecto, productos que considera tan dañinos están expuestos con total impunidad en los estantes de los supermercados y del entramado de lobbies empresariales que hace esta situación posible.
Para Cohen, la respuesta la tiene el ciudadano en su mano. “Tenemos una gran responsabilidad como consumidores, que es a la vez un gran poder. Cada compra que hacemos, es un voto a favor de esas empresas que nos están envenenando. Si cambiamos nuestros patrones de consumo, esas empresas no desaparecerán, pero tendrán que transformarse y adaptarse a nosotros. Tenemos la obligación y el poder de cambiar nuestros hábitos”, explica el director.
FUENTE: El País