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El lindano envenena O Porriño
Mientras los vecinos enferman, la localidad gallega busca toneladas de este pesticida cancerígeno desechadas por una empresa hace 60 años
Un vecino pasa ante una pintada contra el lindano en las viviendas sociales de Torneiros (O Porriño). ÓSCAR CORRAL
Érika Oya tuvo que dejar atrás su casa y marchar a vivir a otra zona de O Porriño (Pontevedra) para proteger del veneno a su niña de tres años. El remedio fue instantáneo: desde que huyó del lindano la pequeña Sofía «no ha vuelto a Urgencias», no ha tenido «más problemas de bronquios ni erupciones en la piel». Pero el resto de la familia permaneció en el lugar de O Contrasto, donde a finales del año pasado, durante unas obras de saneamiento, se destapó el filón de pesticida altamente tóxico sobre el que llevaban creciendo generaciones sin sospecharlo. Fue abrir la zanja y empezar a volatilizarse el polvo blanquecino que hibernaba silencioso bajo el asfalto del camino desde hace unos 60 años. «Los obreros y los vecinos acabaron en el hospital», relata la mujer, «a mi hermano le empezó a doler el hígado; se le había inflamado de repente y así sigue. Mi madre tiene dolores de cabeza y sangra por la nariz cada vez que sale a la calle».
Las urticarias, las afecciones respiratorias y hepáticas y algunos otros males como vómitos e hinchazones en la boca y la garganta se repetían entre los habitantes de las casas de O Contrasto. La zanja fue cerrada meses después, pero los extraños síntomas que se manifestaron de forma casi instantánea perduran. El Ayuntamiento ha prohibido consumir el agua de todos los pozos y la fuente pública después de comprobar que buena parte estaban escandalosamente contaminados. La alcaldesa, Eva García (PSOE), avisa de que no se puede usar ni para los animales ni para ducharse. Tampoco comer las verduras cultivadas en las huertas que salpican el paisaje. Y mientras se demoran demasiado las obras para canalizar agua corriente al lugar, los vecinos reciben bidones para beber y los bomberos pasan cada dos días a rellenar unos depósitos móviles de uso doméstico que han instalado para cada vivienda.
«Yo tengo una enfermedad autoinmune de los huesos sin antecedentes en la familia. Ahora me pregunto si la causa no estará en que desde hace 40 años en mi casa se usaba agua del pozo». Hasta que la Xunta de Galicia lleve a cabo los trabajos de descontaminación del suelo que ha anunciado, Érika Oya, sus problemas de salud y la salud recobrada de su hija seguirán habitando un piso de la zona urbana de Torneiros, el barrio más poblado de O Porriño, municipio industrial vecino de Vigo. La paradoja es que un número indeterminado de edificios de Torneiros se construyeron sobre el que Ecologistas en Acción señala como uno de los mayores vertederos de lindano de España, junto a los de Sabiñánigo, en Huesca, y Barakaldo y Erandio, en Bizkaia. En Torneiros se concentran 4.000 de los 20.000 vecinos de O Porriño, y allí se ubican varios centros educativos y dotaciones públicas diversas, un gran parque de ocio y un circuito de cicloturismo, además de numerosos bloques de viviendas sociales de color crema que se edificaron sobre la que está considerada «zona cero» del lindano.
Entre 1948 y 1964, la empresa gallega Zeltia sintetizó este producto comercial del hexaclorociclohexano, muy eficaz como principio activo de insecticidas de todo tipo, también de uso humano. En 2015, la Organización Mundial de la Salud lo clasificó como cancerígeno y se ha comprobado que actúa como disruptor endocrino. La producción era muy ineficiente y hasta el 90% se desechaba de las más diversas formas en el entorno. La Plataforma Antilindano de la comarca de A Louriña, creada a finales del año pasado, calcula que sobre todo en O Porriño, pero también en otros ayuntamientos limítrofes como Mos, se arrojaron «como mínimo 1.000 toneladas» de residuos tan dañinos como el lindano comercializable. Las casas sociales de Torneiros, un espacio deportivo y el conocido popularmente como Parque do Lindano, donde juegan los niños, se cimentaron sobre terrenos que el consistorio había prestado a la empresa química como depósito de sus desechos.
En los 90 quedó prohibida la producción de lindano por su toxicidad y sus efectos acumulativos, y en 1999 la Xunta empezó a investigar la contaminación en el barrio donde también se enclavaba la fábrica. Actuó en algunas zonas de Torneiros retirando gran cantidad de tierra contaminada y encapsulando la situada a más profundidad. También valló algunas parcelas sospechosas. Y ahí dio por zanjada la pesadilla. Pero el hallazgo de O Contrasto ha hecho despertar de nuevo el pánico a una realidad que no se veía y que seguía latiendo bajo el suelo y en los afluentes del Miño: el problema de O Porriño es que «no se sabe dónde está» todo el lindano que se desechó aquellos años. Según Ecologistas en Acción pasa igual en otra decena de provincias. Patricia Sío, miembro de la Plataforma Antilindano gallega, cuenta que «la empresa incentivaba a sus trabajadores para que se llevasen a casa los residuos», «también había muchos vecinos que los pedían para echar en la finca como firme, porque compactaban muy bien», tanto, que durante años eldesecho de lindano se empleó «para obras públicas».
Ahora los vecinos han descubierto que en los últimos años ha habido documentos oficiales, informes entre Administraciones y estudios edafológicos en los que se alertaba de altas concentraciones del tóxico en tierra y agua. Ya en 2012, la Confederación Hidrográfica Miño-Sil avisaba a la Xunta de sondeos que habían destapado contaminación en fincas privadas, un campo de fútbol, una depuradora y terrenos bajo la Autopista del Atlántico, AP-9. Hubo tiempos en que el lindano se movía aquí y allá con tractores. Se cree que hay muchas tierras particulares contaminadas por sus propios dueños que, según Sío, «viven con un miedo terrible». No quieren que se descubra porque «tendrían que pagar de su bolsillo la remediación», el concepto técnico más apropiado porque «la descontaminación total es una quimera». La plataforma trata de investigar por su cuenta, pregunta a los mayores, con el propósito de trazar algún día el verdadero «mapa del lindano».
Eva Duarte, otra vecina de O Contrasto, no ha vuelto a pisar la calle. Ya no pasea a los perros y sale de casa en coche para acercar a sus hijas hasta la parada del bus escolar. Aunque la zanja está ya asfaltada y las catas que hizo la Xunta en busca de lindano «se han vuelto a tapar con tierra», ella sigue notando el «olor a insecticida para los piojos» que usaban los niños gallegos de antaño. Si tiene algún contacto con el camino donde apareció el lindano el mal aflora en forma de aparatosas inflamaciones «por todo el cuerpo». Los médicos lo achacaban a alguna intolerancia alimentaria. Pasó semanas haciéndose pruebas y tomando antihistamínicos y corticoides hasta que llegó «con la boca reventada» a un hospital de Vigo: «allí me confirmaron que era una reacción a un producto químico», cuenta, «desde entonces procuro estar lo menos posible en casa».