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Vínculos tóxicos en Europa
Uno de los últimos y más sangrantes episodios de esta batalla entre la salud de las personas y los intereses económicos, fue la reciente publicación, ante el estupor general, de un polémico texto por parte de un grupo de editores de revistas de toxicología. Sorprendentemente, decía que los planes de la Comisión Europea para proteger la salud de millones de personas frente a la amenaza de los contaminantes químicos capaces de alterar el equilibrio hormonal humano eran exagerados, que se basaban en presunciones «científicamente infundadas» sobre el principio de precaución, y que iban contra el «sentido común». El editorial, publicado en la revista Toxicology Research, causó un terremoto entre los eurodiputados, los científicos y las más diversas personas interesadas en la cuestión. Entre las reacciones, varios documentos científicos de repulsa razonada. El último de ellos firmado por más de un centenar de investigadores del primer nivel mundial, entre ellos decenas de editores de revistas de investigación médica en este campo, fue publicado por la prestigiosa revista Endocrinology, publicación de referencia en el asunto de debate: el de los contaminantes que actúan como disruptores endocrinos. En él los científicos dejaban claro que el escrito de esos toxicólogos «hace un flaco servicio a la Comisión Europea, a la Ciencia -incluida la toxicología- y lo más importante, a la salud pública».
Muchos se preguntaron cómo era posible que un puñado de editores de revistas de toxicología se manifestase de ese modo en contra de los esfuerzos de la comunidad científica y de la Comisión Europea para mejorar la protección de la salud frente a los riesgos químicos. Y, además, que lo hiciese con unas formas que casan mal con lo que suelen ser los textos científicos, mediante un escrito «emocional, inespecífico, mezclando Ciencia y política y plagado de errores» tal y como lo definen científicos como Åke Bergman, de la Universidad de Estocolmo, firmante de una de las contestaciones al escrito de los toxicólogos.
Una revista online especializada –Environmental Health News– acaba de publicar una bomba informativa que acaso pueda ayudar a resolver algunas de las dudas planteadas.
La revista ha publicado que los toxicólogos cuyo editorial ha intentado torpedear los planes europeos de tener una legislación más exigente sobre sustancias químicas han estado ligados a empresas que se verían afectadas por tal regulación. En concreto, al menos 17 de los 18 editores de revistas de toxicología que firmaron esa crítica contra los planes de la UE de regular más estrictamente las sustancias disruptoras endocrinas, han tenido vínculos con la industria química. O sea, que en algún caso toxicólogos cuyos criterios aparentemente científicos benefician a la industria química, pueden haberse visto beneficiados por la propia industria química. Algo que algunos científicos, como Bergman consideran ciertamente «preocupante».
Un escandaloso caso de conflictos de interés que es probable que agite el debate sobre la fiabilidad de cierta toxicología que hasta ahora ha hecho prevalecer sus enfoques en asuntos que conciernen a temas tan sensibles como la protección de la salud de millones de personas en todo el mundo frente a los riesgos químicos.
Environmental Health News da datos concretos, con nombres, apellidos y fechas, y en algún caso, cantidades de dinero, que revelan los vínculos que los toxicólogos en cuestión o las entidades en las que han estado han tenido con la industria química (y en algún caso también con la del tabaco). Se citan así los vínculos habidos, según los casos, con la industria química europea (European Chemical Industry Council), con el lobbie International Life Sciences Institute (ILSI), cuyos fondos proceden de industrias alimentarias, químicas, farmacéuticas o biotecnológicas, con la industria química americana (American Chemistry Council), con industrias químicas de las fragancias sintéticas, los detergentes y los cosméticos, con el European Center for Ecotoxicology and Toxicology of Chemicals (ECETOC), cuyos fondos procederían de industrias químicas, de pesticidas y petroleras. Se citan contratos, asesorías, o incluso publicaciones toxicológicas que recibían fondos de ciertas compañías, o estudios realizados trabajando con personal de empresas químicas, o pagados por ellas, como algún estudio hecho sobre el más controvertido de los contaminantes hormonales, el bisfenol A. Y se ven , en fin, mezclados los nombres propios de algunos toxicólogos con otros como Dow, Monsanto, Syngenta, Bayer. Más detalles en Science and conflicts of interest: Ties to industry revealed.
Ante lo anterior, Daniel Dietrich, el toxicólogo que lideró el polémico editorial en cuestión, y que habría sido asesor de la industria, ha declarado por su parte que «cualquier vínculo entre los editores y la industria es un tema de discusión irrelevante», añadiendo que no creía que «la discusión sobre conflictos de interés sea útil a nadie porque desvía la atención del asunto real». No obstante, y precisamente ese es el motivo de la publicación de estos datos por Environmental Health News, es probable que haya quien piense que más que desviar la atención, la centra en el asunto real de fondo de por qué una serie de personas sostienen unos planteamientos que cuestiona la mayoría de la comunidad científica involucrada en esta cuestión.
Los datos dados a conocer por Environmental Health News, que eran una especie de secreto a voces para muchos conocedores del tema, hacen evidente que los conflictos de interés, en quien debiese hacer Ciencia independiente y no sujeta a los intereses industriales, son algo muy relevante. Porque si estos se dan siempre puede existir la sospecha de que lo que publiquen algunos especialistas, y además en temas tan sensibles como los que tienen que ver con la defensa de la salud pública frente a intereses industriales, pueda ser puesto en cuarentena.
¿Intereses de la industria por encima de la salud?
La gran cuestión es si algunas autoridades considerarán que los argumentos de ésos toxicólogos son inconsistentes, teniendo en cuenta además sus conflictos de interés. Y si tendrán o no más en cuenta el verdadero consenso mayoritario de la Ciencia en este tema. ¿Se optará por anteponer los intereses de la poderosísima industria química a los de la defensa de la salud humana y la Ciencia, o será al revés?
El momento es crítico. Precisamente ahora el Parlamento Europeo está debatiendo una nueva regulación sobre ese heterogéneo grupo de sustancias conocidas como disruptores endocrinos. Son sustancias que se detectan ya en el cuerpo de la mayor parte de los europeos -porque están por doquier: plásticos, pesticidas, cosméticos, productos de limpieza…- y que la comunidad científica asocia a los problemas de salud más diversos, desde el cáncer a la infertilidad, pasando por el asma, malformaciones congénitas, problemas cognitivos en los niños y muchas otras patologías. Se han publicado decenas de miles de estudios científicos sobre los efectos de estas sustancias.
El gran consenso científico existente, estaba llevando a que se avanzara positivamente hacia el establecimiento de una regulación más exigente que sirviese para controlar más eficazmente estas sustancias. Importantes grupos de investigadores suscribieron declaraciones para apoyar el proceso (como la Declaración de Berlaymont o la del Collegium Ramazzini, de las que ya informamos).
Todo parecía ir más o menos bien. Por fin la Comisión Europea estaba escuchando la voz de la comunidad científica en esta cuestión y parecía que la protección de la salud iba a ser más tenida en cuenta que los intereses particulares de algunas industrias químicas. De fondo, los poderosos lobbies de la industria química mundial maniobraban. No en balde, lo que suceda en Europa es algo que afectará al comercio internacional global de muchas sustancias. Y fue precisamente en medio de todo ese proceso tan delicado, que se publicó el citado editorial de los editores de ésas revistas de toxicología que ha levantado todo este revuelo.
Una toxicología a debate
La fabricación de dudas , tal y como bien saben los expertos en estas cuestiones, es algo muy socorrido cuando una serie de grandes intereses económicos se creen amenazados. Se han llegado incluso a publicar libros extensos sobre ello. Es algo tan antiguo como la tinta del calamar. Y se ha venido usando una y otra vez cuando la evidencia científica ponía en aprietos a grandes corporaciones químicas. Según los que definen el fenómeno no hace falta tener razón. Basta con que alguien, con cierta apariencia de «autoridad» en una materia, publique algo que permita decir que hay «controversia». Y ya está. Algunos políticos y administraciones -tantas veces sujetos a servidumbres- y que a lo mejor se estaban viendo presionados por la fuerza de una evidencia científica real para proteger a la población, encuentran así el agarradero de apariencia «científica» para no actuar, para retrasar unas medidas o para descafeinarlas. Da igual que el consenso mayoritario de la Ciencia sea evidente y que el documento usado como excusa no tenga base.
¿Obedecía el editorial de los toxicólogos a ése tipo de estrategia?
Con independencia de esta polémica concreta, ese grupo de toxicólogos causante de la controversia, representa en alguna medida una toxicología discutida cuyos criterios a la hora de decidir qué representa un riesgo y qué es seguro son muy cuestionados por muchos científicos. En especial en este tema de las sustancias que afectan al equilibrio hormonal. Muchas veces, las concentraciones de contaminantes que da por buenas ésa toxicología, como si fuesen seguras para las personas, son enormemente superiores a las que indican infinidad de estudios publicados en las revistas científicas más serias del planeta. Sin embargo, determinadas agencias reguladoras como la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), han mostrado una fuerte tendencia a desoír lo que decían centenares de investigaciones. Un ejemplo de ello es lo sucedido por ejemplo con el bisfenol A, donde se ha hecho más caso de unos pocos informes pagados por la industria que de más de 200 realizados por científicos del máximo peso y publicados por las revistas de investigación más serias del planeta que mostraban que la sustancia puede causar efectos a niveles bajísimos de concentración. También se han hecho públicos conflictos de interés en los comités de expertos oficiales que han opinado en estas cuestiones, desoyendo el resultado de tantas y tantas investigaciones.
El trasfondo de este conflicto es, pues, la existencia misma de cierta toxicología, muy del agrado de la industria y de ciertas esferas oficiales, que lleva mucho tiempo resistiéndose a incorporar lo que la Ciencia lleva décadas descubriendo en miles de investigaciones acerca del verdadero riesgo de muchas sustancias químicas . Porque ésos conocimientos científicos cuestionan profundamente el rigor real de sus evaluaciones de riesgo y hacen surgir dudas acerca de que sean realmente «seguros» los niveles legales de exposición a muchas sustancias que establecen ciertos toxicólogos.
Es una toxicología, cómodamente instalada, que ha confiado mucho en estudios pagados por la propia industria, en cálculos matemáticos abstractos para determinar niveles «seguros» de exposición, que ha evaluado toxicidades de sustancias aisladas cuando las sustancias nunca están aisladas y pueden tener efectos conjuntos, que ha estudiado mucho una clase de efectos a corto plazo descuidando otros a largo plazo, que ha analizado efectos de dosis altas olvidándose de los que pueden causar dosis menores, que ha despreciado infinidad de datos epidemiológicos, etc. En definitiva, es la toxicología que ha dado como «seguro» lo que ha Ciencia más seria lleva mucho revelando que puede estar causando una grave crisis sanitaria y ecológica. La toxicología que ha «legalizado» una parte de la contaminación química que hoy padecemos y que, por lo tanto, es probable que deba ser superada para hacer frente a los retos planteados.
Lo publicado sobre ésos conflictos de interés, permite ahora ver con otros ojos el editorial que publicaron recientemente estos toxicólogos. Probablemente -como han deslizado algunos científicos- en un afán de estos toxicólogos, más afines a los enfoques de la industria química, de contrarrestar el efecto que tan apabullante consenso científico sobre los riesgos de tantas sustancias estaba teniendo sobre la UE, basado en millares de investigaciones científicas publicadas en las revistas más serias del planeta.
Contundente respuesta científica al editorial de los toxicólogos
Antes de conocerse los datos publicados sobre los conflictos de interés de los citados toxicólogos, la comunidad científica ya había respondido contundentemente al editorial de los mismos. Muchos de los primeros espadas mundiales en el asunto de los disruptores endocrinos publicaron una réplica en la revista Environmental Health. Su título, tan contundente como irónico: «Ciencia y política sobre disruptores endocrinos no deben mezclarse: una réplica a una intervención de «sentido común» por parte de los editores de revistas de toxicología».
En el escrito, científicos de todo el mundo criticaban la injerencia de ésos toxicólogos, reafirmándose en que la Unión Europea necesita un control más estricto de las sustancias contaminantes que pueden «enloquecer» nuestras hormonas.
Estaban muy preocupados por la confusión que tal editorial podía causar en los momentos críticos en los que están los debates sobre el asunto en Europa. Sobre todo para quien no entienda que pueda haber una toxicología trasnochada , y acaso más que eso, que esté ignorando los dictados de la Ciencia más avanzada.
El escrito, firmado por los lideres mundiales en este campo de investigación, adscritos a centros y universidades de medio mundo (Suecia, Dinamarca, Estados Unidos, Reino Unido, Holanda, Canadá, Japón, Noruega, España, Suiza…), denunciaba que lo dicho por tales editores de revistas de toxicología «ignora la evidencia científica y los principios bien establecidos de evaluación del riesgo químico» y es «inexacto y objetivamente incorrecto» .
Los científicos que lo suscriben, entre los cuales se cuentan algunos que han participado en la redacción de informes sobre la cuestión para la Organización Mundial de la Salud, la Agencia Europea de Medio Ambiente y otras entidades, se mostraban preocupados porque el texto publicado por ésos editores parezca diseñado para influir las inminentes decisiones de la Comisión Europea sobre los disruptores endocrinos, contra los enfoques recientemente expresados por los 129 firmantes de la Declaración de Berlaymont.
Los científicos se manifestaban «perplejos» por la visión burda que sobre el funcionamiento del sistema hormonal parecía derivarse de las opiniones vertidas por los editores de ésas revistas de toxicología, como si ignorasen cosas básicas, como el «papel que el sistema endocrino tiene en la programación durante el desarrollo, y que la alteración de ésa programación (por la acción de sustancias contaminantes) lleva a efectos irreversibles”. “Tales fenómenos –prosiguen-, por ejemplo, la disrupción de la acción de las hormonas masculinas en la vida del feto y las malformaciones que ello genera, han sido descritas durante décadas en la literatura científica».
Los científicos criticaban también que los citados editores de algunas revistas de toxicología negasen que pudiera hablarse de sustancias que no tengan un umbral seguro de exposición cuando en las propias revistas internacionales de toxicología se manifiestan «principios biométricos y matemáticos ampliamente aceptados acerca de la imposibilidad de establecer umbrales a nivel de poblaciones». Igualmente, se mostraban sorprendidos, entre otras cosas, por algunas afirmaciones hechas por estos toxicólogos en cuestión que restaban importancia a los estudios realizados con animales (lo que cuestionaría el sentido de buena parte de la propia práctica toxicológica que tanto se basa en ellos). Pero lo que veían como más preocupante es que al criticar el principio de precaución que quiere aplicar la UE, diciendo que no está científicamente fundamentado, los toxicólogos citados parecieran confundir lo que tiene que ver con la Ciencia y lo que tiene que ver con la política.
En parecidos términos se pronunció después otro grupo de investigadores, más de un centenar, en una importante declaración publicada por la revista Endocrinology. Entre los firmantes figuraban decenas de editores de las más prestigiosas revistas mundiales en este campo de investigación.
Fuente: estrelladigital.es