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El fósforo oculto es nocivo para la salud
El fosfato utilizado con aditivo en los alimentos procesados incrementa hasta cuatro veces el consumo recomendado de este mineral, lo que provoca daños renales y cardíacos.
Lo bueno, en exceso, se convierte en un problema de salud. Es lo que ocurre con el consumo de fósforo, un mineral esencial para el buen funcionamiento del organismo que, sin embargo, consumido en demasía, resulta especialmente nocivo para la salud, sobre todo para las personas que tienen una función renal disminuida, tal y como advierte la Sociedad Española de Nefrología (SEN).
Al día, una persona adulta sana necesita unos 700 miligramos de fósforo, pero las estadísticas confirman que el consumo habitual de este mineral asciende hasta los dos o tres gramos diarios, lo que equivale a tomar hasta cuatro veces más de la cantidad que necesitamos. «Los fosfatos forman naturalmente parte de la composición de los alimentos y sobre todo de los que son ricos en proteínas. Nuestra dieta occidental incluye una cantidad abundante de proteínas, pero este tipo de fosfato no es bien absorbido por la mucosa intestinal y por ello no supone un problema para la salud. El verdadero peligro es que nuestra dieta incluye muchos alimentos procesados y ultraprocesados que son ricos en fósforo y que pueden hacernos ingerir hasta tres veces la cantidad que el organismo necesita, ya que este tipo de fósforo sí es fácilmente absorbible por el cuerpo», asegura Ramón de Cangas, miembro del Comité Asesor del Consejo General de Dietistas-Nutricionistas de España.
Ahí está el quid de la cuestión: la presencia de fosfatos en los alimentos procesados es constante y, lo más grave, es que no aparece bien especificado en las etiquetas, por lo que resulta muy complicado advertirlo, tal y como denuncian desde la SEN. «En el caso de los fosfatos, su empleo es muy común en la industria alimentaria con fines tan diversos como modificar la acidez de un alimento o bebida para adaptarlo a lo esperado por el consumidor o impedir la desecación modificando el grado de humedad del producto», explica Patricia Yárnoz, dietista del Área de Nutrición Hospitalaria de la Clínica Universidad de Navarra. De hecho, el fósforo actúa como un potenciador del sabor. «Por eso los fosfatos están también presentes en salsas y condimentos, sin olvidar que también aparece en los cereales y derivados, como pan o bollería, o en productos que emplean rebozados, aunque la harina refinada puede contener un fósforo no absorbible», añade Francisco Javier Lavilla, especialista del Departamento de Nefrología de la Clínica Universidad de Navarra.
La lista de alimentos procesados con alto contenido en fósforo es muy larga, desde salchichas y embutidos, hasta platos precocinados, pasando por pescados rebozados congelados. «Es difícil saber cuáles son los productos con mayor presencia de fósforo y ése es parte del problema. La cantidad de fosfatos puede variar para el mismo alimento según la marca e incluso el lote: si la materia prima es de peor calidad, será necesario añadir más aditivos con fosfatos. De ahí la necesidad de especificarlo concretamente en el etiquetado», reclama Alberto Ortiz, miembro de la Junta Directiva de la SEN.
E-450 en la etiqueta
Para detectar la presencia de fósforo añadido en los alimentos procesados es necesario mirar con lupa la etiqueta. «En el etiquetado nutricional es frecuente encontrar un listado de los aditivos alimentarios empleados, si bien es cierto que está permitido indicarlo con la numeración correspondiente según las listas comunitarias de aditivos autorizados de la Unión Europea. En el caso de los fosfatos, podríamos identificarlos en el etiquetado cuando aparecen indicados aditivos como E-450 (difosfatos), E-451 (trifosfatos) o E-452 (polifosfatos)», detalla Yárnoz. «Para distinguirlos hay que ir provisto de acceso a internet cuando se hace la compra y explorar el significado de los aditivos E- seguido de números. Aún así, se confirma la presencia del aditivo, pero no la cantidad», puntualiza Ortiz.
Una vez identificados, lo mejor es no abusar de estos productos e, incluso, evitarlos, sobre todo si existen problemas renales. «Uno de cada diez adultos tiene enfermedad renal crónica, es decir, basta con que el riñón esté dañado para que este tipo de alimentos sea especialmente perjudicial, porque exigen un filtrado muy exigente. De hecho, estos pacientes no saben cómo reducir el fosfato de la dieta y esto puede acelerar su muerte», asegura Ortiz. Pero no sólo las personas con problemas renales deben estar alerta, ya que el abuso de fósforo es perjudicial para todos. «El exceso de fosfatos se relaciona entre otras cosas con un mayor riesgo de padecer problemas cardiovasculares por depósito del mismo en forma de sales con el calcio en las paredes de las arterias. Estos depósitos obstruyen el flujo de sangre y aumentan el riesgo cardiovascular. Este riesgo es mayor en personas cuya función renal está disminuida, por ejemplo a partir de los 70 años, pero todos debemos tener cuidado», advierte De Cangas. En esta línea, desde la SEN añaden que «hay una teoría fosfocéntrica del envejecimiento. Las especies animales con mayores niveles de fosfato sérico tienden a vivir menos. Los pacientes con enfermedad renal crónica, que no eliminan bien el fosfato, tienen acortada la vida. Hace diez años describieron en Japón la causa del envejecimiento acelerado de una cepa de ratones: la razón era la falta del Klotho, una hormona anti-envejecimiento que se produce en el riñón y cuya función es la de protegernos del exceso de fosfato de la dieta», explica Ortiz.
Por todo ello, el consenso es claro y la comunidad científica exige que la presencia de fósforo se detalle en el etiquetado nutricional de los alimentos procesados, conscientes de la implicación que tiene para la salud el abuso de su consumo.
FUENTE: La Razón