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Ni fertilizantes ni antibióticos: así es el granjero más revolucionario del mundo

Ni fertilizantes ni antibióticos: así es el granjero más revolucionario del mundo

«Los policultivos consiguen una comunidad biótica funcional, en el que todas las plantas son necesarias y cada una hace diferentes cosas para hacer la vida más diversa y resiliente. Los animales, incluyendo a los humanos, viven en armonía con ese entorno, respetando su ciclo vital. Si vives ahí, habrás conseguido un modo de vida que es sostenible para siempre».

Así describe Lierre Keith, autora de El mito vegetariano, su paraíso ecológico: una manera de cultivar la tierra que no implica su destrucción y agotamiento, ni condena a los animales a una existencia atroz. Es la apuesta de uno de sus héroes personales, Joel Salatin, considerado por la revista Time «como el granjero más innovador del mundo».

El autor de libros como Esto no es normal (Diente de León) y propietario de la granja familiar Polyface -según Keith, la meca de la producción de alimentos sostenibles- utiliza sus 40 hectáreas de terreno para criar gallinas, vacas, conejos y cerdos y cultivar frutas y verduras que después distribuye entre más de 5.000 familias y 50 restaurantes.

En el valle de Senandoah, en el Estado de Virginia, la familia Salatin lleva desde los años 60 recurriendo a técnicas opuestas a las de la ganadería industrial. En vez de arrasar la zona y dedicarse al monocultivo de cereales, como la mayoría de agricultores del mundo, optaron por plantar árboles, cavar estanques, pastorear a las vacas diariamente y fabricar refugios portátiles para que los animales vayan rotando por el terreno, contribuyendo al ciclo de los policultivos en praderas perennes. No utilizan fertilizantes ni pesticidas, ni atiborran al ganado con antibióticos.

¿Su principal objetivo? Promover una agricultura sostenible y una economía a escala local sin intermediarios, acabando con las trabas de las regulaciones estatales: de la granja al consumidor. El resultado, según cuenta en los documentales Food Inc. y Polyfaces, puede ser decisivo para el medio ambiente: «Si cada granjero de los EE.UU. pusiera en práctica este sistema, en menos de diez años secuestraríamos todo el CO2 que se ha emitido a la atmósfera desde la revolución industrial».

«NO PIENSO QUE NUESTROS ANCESTROS VIVIERAN MEJOR. SIMPLEMENTE TRATO DE BUSCAR PATRONES QUE HAYAN FUNCIONADO A LO LARGO DEL TIEMPO» 

Joel Salatin, el granjero que sueña con hacer la comida más sana.

Entonces, ¿es la agroecología la solución a los problemas derivados de la agricultura industrial? Para Luis Ferreirim, portavoz de Agricultura de Greenpeace, es algo tan incuestionable como urgente. «Es una de las mejores formas de poder alimentar a las personas de un modo equitativo y sano, tanto para el ser humano como para el planeta. Gracias a ella podemos afrontar retos tan importantes como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación de aguas, la independencia de las multinacionales…».

La fórmula de Salatin no es exportable al cien por cien. De hecho, una de las bases de la agroecología es la adaptación a las particularidades del terreno y a la cultura local, conocimientos que han mostrado durante siglos que funcionan y son sostenibles pero que se están perdiendo, víctimas de la extensión de la agricultura industrial.

Ninguno de los que abogan por este tipo de explotaciones agrícolas las conciben como un paso atrás o un regreso a los orígenes preindustriales, sino como el imprescindible paso hacia delante para garantizar un futuro mejor. «Detrás de la agroecología hay muchas investigaciones científicas que nos han mostrado cómo actuar, y necesitamos más proyectos en ese sentido», sostiene Ferreirim, algo que la propia Unión Europea está estudiando como alternativa. «En un escenario de cambio climático, si tenemos la misma variedad de maíz en distintos sitios, será más difícil recuperarnos. Cuanto más diversificado es un sistema agrario, mejor puede enfrentarse a esos desafíos que tenemos por delante».

El propio Salatin lo expresa así en una reciente entrevista publicada en ZEN: «no pienso que nuestros ancestros vivieran mejor. Simplemente trato de buscar patrones que hayan funcionado a lo largo del tiempo».

Un informe de Olivier De Schutter, ex Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho al Alimentación, concluye que la producción mundial de alimentos podría duplicarse en una década si se implementaran políticas relacionadas con la agricultura campesina y tradicional. Según su estudio, las iniciativas agroecológicas de los pequeños agricultores ya han producido un aumento de 80% en el rendimiento promedio de los cultivos de 57 países en desarrollo. Y pese a esos resultados, la tendencia en todo el mundo sigue siendo la concentración de suelo en grandes fincas industriales, que han demostrado ser menos productivas en proporción que las pequeñas granjas de campesinos.

El giro de 180 grados en nuestros hábitos de consumo y en las prácticas de la industria agroalimentaria se antoja imposible a corto plazo. Pero el reloj sigue avanzando y no nos queda mucho tiempo antes de que el sistema se venga abajo. El cambio empieza por cada uno de nosotros. O, en palabras de Salatin, «el sistema alimentario que tenemos es un reflejo de la sociedad. Si queremos que las cosas sean diferentes en el futuro, es el consumidor el que tiene que dar el primer paso y cambiar sus demandas«.

 

FUENTEEl mundo