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"Pandemia silenciosa": las 12 toxinas que acaban con tu cerebro
El auge de las enfermedades neurodegenerativas a edades cada vez más tempranas y de otros trastornos cognitivos en los niños, como es el caso del déficit de atención con hiperactividad (TDAH), sigue llamando la atención de científicos y médicos. Las numerosas investigaciones dirigidas a apuntar las causas de este reciente fenómeno todavía no han aportado conclusiones de consenso.
En este contexto, las últimas líneas de investigación se están centrando en las denominadas neurotoxinas: una serie de sustancias químicas, de origen animal, vegetal o de naturaleza inorgánica, capaces de alterar el funcionamiento del sistema nervioso.
Los prestigiosos científicos Philippe Grandjean (Harvard) y Philip Landrigan (Escuela Medicina del Hospital Monte Sinaí) han acotado el campo de investigación al señalar una docena de productos químicos, que serían “responsables de la generalización de los problemas conductuales y cognitivos”.
El informe Neurobehavioural effects of developmental toxicity, publicado recientemente en The Lancet, pone nombre a estas sustancias desconocidas para el gran público, pero con las que entramos en contacto en nuestro día a día: metilmercurio, bifenilos policlorados, etanol, plomo, arsénico, tolueno, manganeso, fluoruro, clorpirifós, tetracloroetileno, difeniléteres polibromados y DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano). O lo que es lo mismo, insecticidas, disolventes y otras sustancias presentes en multitud de productos de uso cotidiano.
¿Una pandemia silenciosa?
La controversia no se ha hecho esperar. Mientras algunas publicaciones especializadas se referían a una “pandemia silenciosa” para describir los resultados del estudio, otras descalificaban a sus autores apelando a la seguridad de dichas sustancias, que pasan numerosos controles antes de salir al mercado. De hecho, algunas como el fluoruro hasta son recomendables, siempre en pequeñas cantidades.
La idea es que la dosis hace el veneno, según reza la regla básica de la toxicología, por lo que la exposición en las cantidades legalmente permitidas es segura para la salud. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que existe alrededor de un millar de genomas humanos distintos y con umbrales de toxicidad diferentes. Sin embargo, no todos los expertos opinan igual.
La principal baza de los detractores de estas sustancias, aún en las cantidades permitidas, es que no siempre existen los suficientes estudios antes de aprobar la salida al mercado de dichos productos. Una tesis que apoyan en las prohibiciones a posteriori de sustancias perjudiciales como ocurrió en su día con el amianto, el plomo y numerosos pesticidas.
Si bien hay que tener en cuenta que los países de la UE son mucho más restrictivos que el resto a la hora de situar el umbral de toxicidad. Francia es quien más ha presionado en este sentido, prohibiendo por cuenta propia numerosos tipos de transgénicos, así como el Bisfenol A.
El mayor peligro está durante el embarazo
Los autores del estudio que han levantado la voz de alarma explican que los químicos identificados en el estudio están tan presentes en nuestro día a día, desde la ropa a los muebles, pasando por numerosos alimentos. Incluso prohibiéndolos, lamentan, seguiríamos expuestos a ellos, como pasó con las famosas uralitas.
Basándose en estos acontecimientos históricos, Grandjean y Landrigan dirigen a las embarazadas sus principales recomendaciones, pues el feto es el que más sufriría esta exposición: “Comiendo productos orgánicos durante el embarazo puede reducirse la exposición del feto hasta en un 80%”.
Los efectos del clorpirifós, uno de los insecticidas más utilizados desde 1965 hasta su prohibición en 2003, en el desarrollo cerebral del feto han sido ampliamente corroborados en numerosas investigaciones a las que la propia justicia recurrió para poner fin a su uso. A pesar de ello, han pasado varias décadas y sus consecuencias siguen manifestándose en la edad adulta, aseguran los autores.
Su gran preocupación, dicen, se centra en las neurotoxinas que aún no están reconocidas como tales pues, durante ese tiempo, “los niños de todo el mundo estarán expuestos a ellas mientras perjudican de forma silenciosa su inteligencia y alteran sus funciones cognitivas”. Una barrera para el éxito y los logros de toda una sociedad, añaden.
La relación con el coeficiente intelectual
Otros investigadores han ido todavía más lejos al asociar las denominadas neurotoxinas con una reducción del cociente intelectual de los niños. David Bellinger, profesor de neurología de la Facultad de Medicina de Harvard, publicó hace algo más de un año una investigación con madres que habían sufrido una fuerte exposición a estas sustancias durante el embarazo (sobre todo a pesticidas comunes presentes en la actividad agrícola).
Al seguir el desarrollo intelectual de los hijos, Bellinger comprobó que tenían varios puntos de CI menos que la media. Según sus cálculos, los norteamericanos habrían perdido un total de 16,9 millones de puntos de coeficiente debido a la exposición a los organofosfatos.
En este sentido son interesantes los estudios de la economista Elise Gould, directora de políticas de salud en el Instituto norteamericano de Política Económica. Según sus cálculos, la pérdida de un punto de CI se corresponde con una disminución de las ganancias a lo largo de la vida de casi 13.000 euros.
La amenaza está clara para toda la comunidad científica, sin embargo, la identificación de la causa sigue sin convencer a todo el mundo. Unas carencias que esperan salvarse con los cientos de millones que, durante los últimos años, riegan numerosos centros de investigación especializados en neurotoxinas. Mientras tanto, el tiempo sigue jugando en contra de las futuras generaciones.
Fuente: elconfidencial.com